Relatos de verano
Wahí. Una historia de amor, ambición y yihadismo (primera parte)
La jornada era nublada y gris, como casi todos los días de enero en Madrid. El sol apenas dejaba entrever algunos rayos que chocaban débilmente contra la ventana de Laura. Ella se asomaba, sin percibir esos rayos, una y otra vez entre los cristales; esperaba con impaciencia a Carlos que se retrasaba. Había quedado como cada martes para amarse con él en una pequeña buhardilla, diáfana y muy discreta, que habían alquilado para sus encuentros. Era la cita de amor semanal que los dos enamorados mantenían durante meses. Un encuentro a escondidas de sus respectivos cónyuges y para guarecerse del mundo.
Ella miraba el whatsapp insistentemente, la tardanza de su hombre no era habitual y empezaba a desesperarla; lo había llamado varias veces, pero el teléfono móvil daba señal de apagado.
Laura, no sabía qué hacer. Para matar el tiempo de espera cogió un periódico deportivo, que Carlos se había dejado en la casa y comenzó a leer: Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, serán los más digitalizados de todos los tiempos", según sus organizadores". No pasó del titular, apenas le interesaban los deportes. Por lo que volvió a dejar el ejemplar encima de una mesita.
Destemplada, sintió frío, y para cubrir su cuerpo desnudo, agarró de una forma enérgica su abrigo que lo tenía sobre la cama y se lo puso sobre sus hombros. Quitó la clave de bloqueo de su teléfono y comenzó a repasar fotografías que se habían hecho en secreto los dos enamorados.
La mujer iba a recibir a su amante completamente desnuda. Solo llevaba un pañuelo trasparente de seda rojo, colocado en su cuello, dejando caer muy suavemente cada extremo de la prenda para ocultar de una forma insinuante sus pechos. También y como era habitual en sus citas clandestinas, se puso un perfume de especias orientales y pachuli con acordes florales. Sabía perfectamente que está situación, iba a erotizar de una forma casi instantánea a la persona que le hacía soñar.
Había preparado esta cita de una manera muy especial, hoy hacia exactamente un año que se conocieron en el café Jafra de Ammán. Ambos coincidieron en la capital jordana por trabajo. Laura Aller, era profesora de filología árabe y trabajaba eventualmente de traductora en la embajada de España con sede en la capital del Reino Hachemita. Carlos Benet, era el jefe de seguridad de una misión civil de paz de la Comunidad Europea para Oriente Medio. La mujer hacía alarde de una gran cultura, tenía el pelo negro y una tez morena donde resaltaban unos increíbles ojos verdes: parecía sacada de una pintura de Godward. Él no era muy alto, pero fuerte y bien parecido. La atracción entre ellos fue instantánea. Los dos acabaron horas más tarde uniendo sus cuerpos desnudos, en la habitación de un discreto hotel situado en la parte vieja de la ciudad. Se amaron hasta el amanecer, con tanta pasión; que parecía que el mundo se iba acabar esa misma noche.
A medida que iban pasado los minutos, el frenesí y el deseo de tener entre sus brazos al hombre que tanto amaba, iba transformándose en preocupación. Laura empezó a inquietarse por la tardanza que ya empezaba a ser excesiva y aunque sabía perfectamente que no debía hacerlo, llamó a Carlos al teléfono de su casa de una forma casi inconsciente e impulsiva.
Al otro lado de la línea alguien contestó. No era la voz de su amante, por lo que la desconcertó. El interlocutor era un hombre y le habló en árabe de una manera pausada... como si la conociera.
- ¡Buenas tardes Señora Aller! -
- ¿Qué tal se encuentra? -
- ¿Espera usted al Señor Benet? -
- Lamento mucho comunicarle, que hoy no podrá acompañarla-.
La mujer interrumpió las palabras del extraño y preguntó de una forma temerosa y muy excitada
- ¿Quién es usted? -
- ¿qué hace en esa casa?
- ¿dónde está Carlos? -
Aunque los nervios se apoderaron de Laura, ella conocía perfectamente el idioma del misterioso individuo, un dialecto coloquial del árabe que llevaron a Egipto los conquistadores musulmanes en el siglo VII, y se había transmitido de generación en generación de forma oral, entre los habitantes del Delta del Nilo. También lo hablaban los lugareños que vivían en los alrededores de El Cairo.
-El Señor Benet se encuentra junto a los hombres que se humillan ante Dios: ¡El Todopoderoso! -
Apostilló de una manera apocalíptica el misterioso personaje. Sin decir una sola palabra más, colgó el teléfono.
Laura aterrorizada, confundida y sin comprender el significado de esas palabras y quién era ese hombre, abandonó de forma precipitada la casa sin rumbo fijo. En la huida no se percató, que solo cubría con su abrigo su cuerpo tembloroso y desnudo.