El Whaí, el cumpleaños de Laura. 2ª parte
Todo estaba a punto. El acto se había organizado hasta el más mínimo detalle, ya que se trataba de uno de los acontecimientos más importantes dentro las altas esferas económicas del país. El reputado magnate y coleccionista de arte Issmat Bakri, iba a exponer por primera vez públicamente su colección particular de pinturas en su propio y próspero negocio, la prestigiosa Galería Joünié. El edificio que albergaba el evento era un palacete de principios del Siglo XVIII, situado en la zona más lujosa de Madrid y a muy pocos metros de la Embajada de Estados Unidos. Los mayores coleccionistas y marchantes de arte habían estado esperando este momento durante años.
Nadie la había visto nunca, ni se tenían datos precisos de su colección, aunque se aseguraba en los ambientes financieros y así lo había confirmado en sus páginas la propia revista Forbes, que Bakri, no sólo era una de las mayores fortunas del planeta, sino que, además, había logrado reunir algunas de las obras más importantes de Europa y unas de las más afamadas del mundo.
Issmat Bakri, musulmán de setenta años de edad, nació en Beirut. Un hombre muy experimentado en la vida, vivencias que se reflejan de una manera llamativa en los surcos pronunciados de su cara y manos. Arrugas que acompañan perfectamente a su pelo blanco. Su estatura y buen temple, hace que sea objeto de miradas; hombre de palabra fácil, culto y muy educado. Temido por sus amigos y enemigos. Aunque nunca estuvo muy clara la procedencia de su fortuna, en Beirut amasó una enorme cantidad de dinero cuando a la capital del Líbano la llamaban la Suiza del Medio Oriente. Bakri, en los años ochenta, en plena guerra del Líbano, cuando el ejército israelí había ocupado una buena parte del país, fue víctima de un atentado en el que sufrió graves heridas que casi le cuestan la vida. Nadie reivindicó la acción, pero todos apuntaba como responsable al Mossad, los servicios secretos de Israel. A las pocas semanas, apenas recuperado, abandonó su tierra natal y se instaló en París. Una década más tarde y por cuestión de negocios, trasladó su residencia a Madrid. En 2010 y en una conferencia sobre el islam que había organizado su propia fundación, conoció a la Laura Aller, con la que se casaría a los pocos meses. Antes de su matrimonio, el magnate libanés le pidió a la que iba a ser su esposa, que dejara su trabajo por un tiempo, y se hiciera cargo de la dirección de la Fundación Hammam, la misma donde se habían conocido. Ella no acepto y puso como condición para seguir adelante con la boda, continuar con su profesión de filóloga. A lo que el magnate aceptó ya que sentía verdadera veneración por ella.
Issmat Bakri hizo coincidir la exposición con el cuarenta cumpleaños de su esposa. Quería que fuese un día muy especial para ella y por este motivo había decidido sacar a la luz el secreto mejor guardado, su propio tesoro artístico. Para tan notable acontecimiento, el libanés obsequió a su mujer un collar de oro blanco rodeado de esmeraldas colombianas y diamantes, que él personalmente había adquirido en Cartier en su último viaje a Nueva York. También le había comprado un elegante juego de ropa interior de encaje de Chantilly francés y seda asiática negra. El magnate quería que llevará puestos ambos regalos, uno era para deslumbrar a los invitados y el otro, el más íntimo, para disfrutarlo los dos cuando hubiese terminado la fiesta.
Laura, seguía como ausente desde aquella llamada telefónica preguntándose una y otra vez, quien era aquel hombre con acento egipcio y sobre todo dónde estaba su amante. Después de dos semanas desaparecido, no sabía ni tan siquiera si seguía con vida. No podía hacerse a la idea de no volver a estar en los brazos de Carlos, su gran amor. A pesar del dolor que sentía, era su cumpleaños y la inauguración de la exposición. Tenía que aparentar normalidad, ante su marido. Debía estar serena y trasmitir, aunque fuese de una manera fingida, alegría por el acontecimiento, ya que nadie podía sospechar de su tristeza y menos aún de su infidelidad. Se puso parte de la ropa interior que le había sugerido Issmat y un vestido negro con un amplio escote, para que resaltará sobre su piel el valioso collar que le había regalado su marido.
Con grandes medidas de seguridad, se abrieron las puertas de la Galería Joünié. Por el gran número de altas personalidades que se iban a dar cita y por el incalculable valor de las obras de arte, el edificio se había blindado ante un posible ataque terrorista o un intento de robo. Habían transcurrido pocos días de los atentados yihadistas que dejaron ciento treinta muertos en París y no se querían correr riesgos. Las medidas de seguridad eran extremas: cincuenta personas conformaban el servicio de vigilancia privada dentro del palacete. En la calle más 300 policías pertrechados con chalecos antibala y armas automáticas, registraban con meticulosidad absoluta, a todas las personas que iban cruzando cada uno de los tres anillos de seguridad que había que salvar para llegar al edificio. También se contaba con la ayuda de los Tedax, helicópteros, una unidad de subsuelo y perros rastreadores.
Issmat y Laura, iban recibiendo con un saludo y unas breves palabras a los más de doscientos invitados. Entre los allí presentes se encontraban ministros, algunos de ellos de países árabes inmersos en conflictos bélicos; diplomáticos, presidentes de los más importantes bancos europeos; reputados y no tan reputados hombres de negocios y coleccionistas de arte. Cada uno y por distintos motivos, querían estar en esta cita.
Una vez que anfitriones e invitados se encontraban dentro de la galería, comenzaron a desvelarse todos los misterios entorno a la colección del multimillonario. Los allí presentes no salían de su asombro. Un total de doscientas ochenta y tres pinturas de maestros de los siglos XIX y XX exponentes de movimientos como el expresionismo, el purismo, el minimalismo, el constructivismo, el surrealismo, la abstracción estadounidense o el post expresionismo alemán. Entre todas las obras destacaba una de Paul Gauguin, un cuadro que había adquirido el libanés en una subasta en Londres, y por el que había pagado más de doscientos sesenta millones de euros.
El público entusiasmado he impresionado se iban acercando a Issmat para felicitarle por su colección, momento que Laura aprovechó para ausentarse discretamente y tomarse un respiro; necesitaba estar sola. Cogió una copa de champagne de una de las bandejas que portaba uno de los muchos camareros que iban ofreciendo bebida a los presentes, y se situó delante de uno de los cuadros que estaba más alejado del tumulto. La pintura no le causaba el más mínimo interés, solo fingía que la miraba para poder pensar sin llamar la atención. Cuando estaba abstraída en sus pensamientos, una voz la volvió a la realidad.
- ¡Buenas noches Señora Bakri!
-Permítame que me presente, me llamo Adrián Bélanger. La mujer lo miró durante unos segundos. Sintió que ese hombre alto, que ya peinaba canas, con una nariz aquilina franqueada con un bigote de los años cincuenta y que vestía con incomodidad su traje de gala, estaba invadiendo su soledad deseada. Ella reaccionó. A fin de cuentas, tenía que seguir fingiendo su papel de anfitriona.
-Espero que la exposición sea de su agrado, Señor Bélanger.
- ¡Mucho! Señora... La mujer sin dejarlo terminar, le pidió de una forma cordial:
-Por favor, llámeme por mi nombre de soltera, Laura Aller. Nunca adopté el apellido de mi marido.
-Por supuesto, Señora Aller. Poseen ustedes obras que son grandiosas. Ahora que la observo, me doy cuenta que su esposo tiene un gusto exquisito, solo se rodea de cosas bellas. Apostilló el invitado.
- ¿Es usted coleccionista de arte? Preguntó Laura, obviando el cumplido.
-No. Con mi sueldo no podría, ni tan siquiera pagar el atril que sostiene alguno de esos cuadros.
-Dígame, ¿cuál es el motivo de su visita a la Galería Joünié?. Laura, tenía curiosidad por la presencia de ese hombre en su fiesta de cumpleaños.
-Soy un simple funcionario del gobierno francés
-No entiendo. Contestó muy extrañada.
-Sí, soy agregado cultural en la embajada de Francia en Madrid. Busco información sobre un hombre llamado Carlos Benet
Laura sintió un escalofrío que le recorrió por todo el cuerpo al oír el nombre de su amante desaparecido. Las piernas le temblaba, es como si fuese a desfallecer. Intentó preguntar a su interlocutor, pero no podía, había perdido la voz. Sus labios se sellaron, eran incapaces de separarse para pronunciar una sola sílaba. Estaba paralizada. Cogió fuerzas como para dar un gran salto y con mucho esfuerzo pudo arrancar unas palabras de su boca.
- ¡Presiento que es usted algo más que un agregado cultural!
-Sí, Señora. Siempre es así
-Dígame, ¿ha oído hablar del Whai?. Volvió a preguntar Bélanger. Esta vez casi interrogando a Laura.
-Sí, es un vocablo árabe que tiene varios significados, uno de ellos es palabra oculta. Respondió la mujer con cierta ironía y disimulando su preocupación.
-Sé, lo que significa Whai, me refiero al Informe Whaî.
Laura nunca había oído hablar de ese informe. Se quedó algo perpleja. Ahora más que nunca necesitaba saber qué estaba sucediendo entorno a Carlos. Todo se iba complicando cada vez más. Buscaba respuestas para no volverse loca. Así que intentó averiguar qué relación tenía el hombre que amaba, con ese falso agregado cultural y con ese misterioso documento llamado WHAÎ. Por lo que le preguntó al que decía trabajar para la embajada francesa.
- ¿Qué tiene que ver el tal Señor Benet, con ese informe? No le dio tiempo a oír la respuesta de Bélanger. En ese mismo instante su marido se le acercó e interrumpió la conversación. Dirigiéndose a Laura e ignorando por completo al hombre que estaba junto a ella, le pidió que le acompañara.
- ¡Querida!, nuestros amigos empiezan a preguntarse, qué es de mi bella esposa. Debes volver con nosotros. La mujer sin mediar una sola palabra, miró al francés inquietamente a los ojos, mientras estrechaba el brazo de su esposo. Ambos se marcharon para unirse al resto de personas que seguían admirando las obras de arte.
La fiesta fue todo un éxito y se mantuvo hasta bien entrada la medianoche. Una vez que los invitados se habían marchado, en el palacete solo quedaban el matrimonio anfitrión, el personal de seguridad y los miembros del servicio. Issmat, ordenó a todos que abandonaran la sala y se marcharan a otras dependencias del edificio. A Continuación, cogió a su esposa de la mano y la llevó hasta donde se encontraba la pintura que él más estimaba.
Mientras se dirigían hasta la altura del cuadro, Issmat con un gesto de alivio, se desató con su mano derecha la pajarita de su cuello y se desabrochó los dos primeros botones de la camisa, seguidamente se quitó la chaqueta del esmoquin y la dejo caer en el suelo. Con un mando a distancia, accionó un aparato de música que empezó a sonar lentamente. Apagó la mayoría de las luces, dejando solo las que iluminaban de una forma muy tenue la obra de Gauguin y un valioso sillón Luis XVI de tres cuerpos, con capitoné de pana roja, que se encontraba junto al cuadro.
Mientras sonaba la voz de María Callas con el aria Un bel di vedremo de Madame Butterfly, Issmat le pidió a Laura que se desnudara y se sentará sobre el sillón. Él mismo se sirvió una copa de bourbon. Se acercó una butaca y se sentó de una manera relajada, cruzando una pierna sobre la otra a poco más de dos metros de ella; justo enfrente. Se sentía extasiado. En ese momento tenía ante su mirada, lo que para él eran dos de sus más valiosas posesiones.
La mujer, aunque su mente estaba en otra parte, accedió a los deseos de su marido. Se desprendió con elegancia del vestido, dejando sus pechos al descubierto, mientras que éstos se rozaban de una manera muy sensual con el collar que le había regalado. Laura hizo un ademán para quitarse los zapatos de tacón fino y las medias de seda negras, pero el hombre la detuvo.
- ¡Por favor! Con el vestido es suficiente. Estás perfecta. Tu cuerpo es como el de una Diosa de Boucher. Eres tremendamente hermosa. Susurró Issmat, mientras la miraba con admiración y un profundo deseo.
Laura, sabía lo que él quería, conocía perfectamente sus fantasías. Así que se dejó llevar por el aria de Puccini que seguía envolviendo el ambiente. Se sentó de una forma muy insinuante en el centro del sillón, casi en el borde del asiento. Después inclinó su cuerpo hacia atrás para estar más cómoda, miró a Issmat fijamente a sus ojos y sin apartar un solo momento la mirada, abrió sus piernas e introdujo su mano derecha lentamente dentro de sus bragas de encaje trasparente y comenzó a acariciarse con suma delicadeza.