La imagen de Elche en los viajeros extranjeros del Siglo XVIII
El Palmeral impresionó a los viajeros ilustrados del siglo XVIII, y a los artistas, geógrafos e ingenieros que lo visitaron. Época de máxima expansión de los huertos de palmeras, cuyo cómputo, sumando el Palmeral urbano y el disperso, debía superar ampliamente los 200.000 ejemplares.
Elche, provincia y comunidad vistas por viajeros extranjeros en el Siglo XVIII y XX
Este reportaje histórico ofrece una breve referencia a los aspectos más destacados que reseñaron estos viajeros sobre cada una de las comunidades autónomas españolas actuales, Haciendo especial hincapié en la Comunidad Valenciana y sobre todo en Elche, al que consideraban un oasis de Palmeras.
No se trata de un estudio exhaustivo y detallado de todo lo narrado, sino más bien una pincelada de aquellos pasajes más interesantes en los que reinciden varios autores extranjeros en sus libros de viaje, escritos desde la mitad del siglo XVIII hasta mediados del XX. Viajeros que llegaron a nuestra ciudad y escribieron sobre ella. Escritores que dejaron textos significativos al respecto. La diversidad de costumbres, paisajes y anécdotas es tan inmensa que hubiera sido necesario un libro entero para resumirlo, pero por cuestiones de espacio se incluye aquí solamente lo más representativo.
Los viajeros transitaron por la actual Comunidad Valenciana en muchas ocasiones, y dejaron una buena cantidad de testimonios sobre ciudades como Elche o Alicante entre otras. Asimismo, se ven impresionados por el exotismo oriental de sus bellos palmerales, el tipismo del trasporte en tartana, la fertilidad de sus huertas y escenas tópicas como la degustación de sabrosas paellas.
Ellen Hope-Edwardes está encantada con la abundancia de productos autóctonos de excelente calidad en su viaje por todo el Levante: abanicos, azulejos, seda y mosaicos. Las naranjas le parecen la mejor fruta y entiende por qué se exportan a Inglaterra y América (46). Durante varias semanas aprende español en una tradicional casa valenciana con un bello patio, en el que la anfitriona la obsequia con granadas confitadas, mermelada de albaricoque y pasteles caseros.
Uno de los primeros relatos sobre la región es el de John Carr, de 1811. Los valencianos son industriosos, ingenuos y masculinos (243). Carr visita la Albufera y pasa un día de caza, tras lo cual le preparan un estupendo arroz con ave y jamón (245-246). El autor describe el sistema de regadío que piensa es otra prueba del desarrollo y superioridad de este pueblo, a la vez que recalca la riqueza de sus huertos. Algo que lamenta el escritor es el gran número de mendigos y enfermos que se ven por sus calles (250). Las celebraciones populares y familiares de los valencianos también impresionan a Thomas Roscoe: «Bailes, corridas de toros y ricas carrozas completan el encanto, si la boda tiene lugar el día de algún santo importante. A los valencianos, no hace falta añadirlo, les encanta todo tipo de procesiones. Ninguna ciudad en toda la Cristiandad tiene tantas» (The tourist in Spain and Morocco, p. 170).
Richard Ford, describe Elche como un lugar oriental por su clima, la indumentaria de la gente, los cultivos de palmeras y la tipología de las casas.
Elche merece una visita por su bello palmeral, según John Lomas, al igual que Játiva y Gandía, pero en estos casos por el interés de la historia de la familia Borgia. Lo que el autor encuentra menos atractivo es que Valencia, al igual que ya observó en Valladolid, se ha apresurado a adaptarse a las distintas modas y épocas, lo cual ha tenido como consecuencia que se hayan perdido preciados ejemplos de patrimonio y otras antigüedades. Aun así, quedan muchos lugares interesantes como la lonja y la catedral.
Alicante sirve de descanso para A. Andros, y allí se recupera de los muchos días que llevaba viajando para llegar a la ciudad. El lugar le resulta muy cómodo y «pintoresco», al igual que el comercio que describe como «muy ordenado y respetable» (67). Disfruta de la dolce vita y subraya la hospitalidad de los vecinos. Marcha de picnic a Elche y queda impresionado con la cantidad de palmeras que rodean la población. Decide hacer su merienda campestre justo en el palmeral y su imaginación lo transporta a lugares exóticos como Ceilán y la costa de Berbería. Después describe la vuelta a casa y cómo él y su grupo se beben dos buenas botellas de clarete, no sin muchas dificultades debido al movimiento del transporte, y seguro también por la cantidad ingerida (72).
Fuente: Viajeros en España. Instituto Cervantes